Opinión

Memorias de un meritorio que le escribió una carta a su madre

NOTA EXPLICATIVA

Sea esta memoria una forma hiperbólica de narrar las hazañas de un joven meritorio que se alistó en la guerra de Amenábar. Sea esta carta ficticia un documento epistolar que ponga fin a su andadura en el máster en Cine y Televisión de la Universidad Carlos III de Madrid. Sean estas líneas una despedida con agradecimiento a todas las personas que se implicaron en su aprendizaje; en especial, a la directora Carmen Ciller.

LA EMPRESA

Ay, mamá. Menos mal que he dejado pasar unos meses para escribirte. Si no, me dices que me vuelva, que no estudié en un colegio católico para acabar con esta gente. Y mira que estuve a punto de hacerlo, a punto de llamarte esa noche, porque lo del primer día tuvo guasa. Si te cuento, mamá, si te cuento, no me crees. Me recibió una tía con el pelo rapado por los laterales, mamá, por los laterales, y con las puntas azules. Yo me había acicalado como te gusta a ti, con la camisa planchada y los zapatos bien lustrados. Y la chica esta me abrió la puerta, comiéndose un donuts, casi relamiéndose, y me miró, me miró como si yo fuera el raro. Yo, mamá, yo que iba a la oficina de MOD producciones, a la sala de mandos, a la nave de donde han salido El día de mañanaMar adentro o La lengua de las mariposas que tantas veces has visto. Pero es que eso no era la oficina, mamá, era la base de operaciones, el almacén donde cargan y descargan la mercancía los de arte. Y la tía esta me mandó de un tirón a comprar bombillas, mamá. Yo iba para producir una peli, ya sabes, para ayudar a Bovaira y a Guillem, a decirles cómo conseguir los puntos del ICAA e invertir el parné de las subvenciones. Eso era lo que pensaba que me mandarían y no, mamá, no. Bombillas. De luz cálida, 4000k. El bulbo, a mi gusto, grande o pequeño, pero E27, que si no, no entraba la rosca. Habrías estado orgullosa de mí. Compré cuarenta, me hicieron un precio especial y la del pelo azul me dijo que qué eficiente, que vaya comienzo tan triunfante el mío, que hablaría con la jefa para decirle que yo tenía madera para el departamento de producción. Porque ella no era la jefa, ¿sabes?, aunque sí era jefa mía, mamá. Ahí todos eran jefes míos por lo que conocí unos días después.

Déjame que te explique algo. La jerarquía en cine es simple. Yo lo ignoraba, pero es así. Producción, mi departamento, es el último mono. Las culpas siempre son para nosotros; los éxitos, de los demás. Cuando algo falla es porque producción no ha hecho bien su trabajo y, si sale bien, es porque no hemos puesto impedimentos para darles lo que necesitaban. Pero en producción, mamá, también hay un organigrama y los monos pueden ser gorilas o capuchinos. Yo soy de los pequeños, mamá, de los tití, de los que se parecen a Amedio. Te acuerdas, ¿no? El de Marco. Pues yo en esta peli empecé en ese grupo, pero pronto me hice valer. El sueldo nunca me lo subieron, tampoco a mí de rango, aunque no hubo nadie en el rodaje que no me conociese y que no me dijera lo bien que trabajaba. Yo sé que tú quieres que te hable de mí, mamá, pero en la universidad me exigen que me centre primero en la empresa. Porque esta carta es para ti y para ellos, y ya sabes cómo es la burocracia universitaria y la rectitud en las formas de presentación. Yo lo alabo, que en estos tiempos de libertinaje uno hace lo que le apetece, y de aquí a unos años impera el libre albedrío y las tipografías góticas. Por eso, mamá, debo contarte que en producción están los meritorios, mi categoría, y que luego van los auxiliares, los segundos ayudantes, los primeros, los jefes de producción y los directores. Para ser auxiliar tienes que haberte roto los cuernos, haber cambiado mil bolsas de basura o cargado a la espalda lo que no está escrito. Para ayudante es más complicado. Uno puede encomendarse a la Virgen del Pilar, amenazar con un abandono de la profesión o deslomarse en veinte películas y esperar a que te den una oportunidad. A partir de ahí, mamá, ya no te sé decir, porque creo que el último caso de alguien que ascendió a jefe de producción data de 1976. Y, quizás, el cine ha cambiado desde entonces.

No te desanimes con estos pormenores que te doy, mamá. Mi experiencia en esta industria fue y es maravillosa. Si continúas leyendo esta carta, te quedará más claro.

EL ALUMNO

Fui un todoterreno, mamá. Tú bien sabes que yo he hecho de todo en la vida, que a mí no se me caen los anillos. Y aquí, menos, que uno por aprender de Amenábar se cose la boca y aprieta el culo el tiempo que haga falta. Aunque no solo aprendí de él, también del equipo, porque vaya equipo. Lo mejorcito del país. Vale. Que sí, que ya sé que te importan un rábano los demás, que tú lo que quieres es respirar porque tu hijito estuvo feliz. Pues sí, mamá, todo en orden. Me pusieron una furgoneta y parecía Fernando Alonso, pero no el de la época del Renault, sino el del McLaren, el que va siempre muy despacio. Ese era yo, mamá. Recogía en Plaza España y nos íbamos de excursión a todos lados. Llevé al operador de cámara, al script, a los de FX, a los peluqueros, a todo quisqui. Por llevar, llevé hasta al director de fotografía. Era un fuera de serie, un tipo brillante y único, aunque no entendía mucho de buena música, porque se ponía sus cascos cuando leía Beatriz Luengo en el reproductor con pantalla de mi van. No hablamos demasiado de planos, ni de encuadres, ni del número de muertos en rodaje por sobreexposición al humo. La vez que más conversó fue para opinar sobre impuestos de sucesiones y de rutas alternativas a mi GPS.

Tranquila, mamá, que lo de transportista era solo ese rato. Luego mis funciones eran mucho más complejas, tal vez variadas. Tan pronto rellenaba la mesa del catering como recibía a la alcaldesa de Toledo y a la prensa. Porque yo hacía compras, mamá, elegía flores, negociaba el precio del lavadero, cargaba bártulos de vestuario, cortaba calles, cantaba motor, enfriaba líquidos, distraía a los camioneros, discutía con actores sobre la unidad de España, rechazaba fumarme unos “churros” o leía en cuanto me daban un descanso. Pero esto es un resumen, mamá. Doce horas al día, durante ocho semanas, dan para mucho, y a ti nunca te gustó que me enrollase dando detalles. Como te he dicho, esto puede que esté más enfocado a que lo revisen mis coordinadoras.

Ahora, en el apartado del balance, ya voy a donde a ti y a mí nos interesa, que es averiguar si estamos más cerca de hacernos ricos después de todo este tinglado. No me olvido de mi promesa, mamá, no me olvido de que prometí jubilarte antes de que cambiaran la ley y hubiera que arrimar el hombro hasta los setenta.

EL BALANCE

Habría gente que se hubiera dado de tortas por ver a Alejandro Amenábar en acción. Yo lo tuve ahí, a un metro, en cada jornada, y solo por eso me siento muy afortunado. ¡Si vieras cómo dirigía! Llamaba a los actores, les explicaba con mimo, sin levantar la voz, sin ínfulas de grandeza. Tú seguro que me habrías animado a que le dijera algo, mamá, a que le confesara que admiro todas y cada una de sus películas y que es mi director favorito. Me habría encantado hacerlo, pero el mundo del cine me ha enseñado que hay mucha adulación exagerada, que se cumplen muchos refranes de buenos árboles y sombras de cobijo. Y yo, mamá, le habría dicho sin reparos que sus tramas se construyen de un modo sublime, porque cada secuencia responde a la anterior y es como si nunca perdiera el hilo; pero yo no quería parecer un pelota, mamá, detesto los halagos si pueden estar acompañados por la exégesis de un propósito oculto. Yo le dije gracias siempre, cumplí mi papel en el set y le sonreí todas y cada una de las veces que cruzamos la mirada. Aunque esto no tiene nada de especial, porque es lo mismo que hice con cualquiera de mis compañeros o con el señor de seguridad que venía a hacer de custodio.

Eso lo aprendí de ti, mamá, tratar a cualquier persona con el mismo respeto si no se ha ganado a pulso lo contrario. El cine es muy jerárquico, te lo acabo de contar, y he visto muchos desprecios por la etiqueta que sucede al nombre, por el cargo que categoriza a alguien. Pero no en este rodaje, no en mi rodaje. A mí todos me demostraron que el meritorio trabaja las mismas horas que la jefa; y que pese a las tareas diferenciadas de cada uno, remamos en la misma dirección para conseguir que la película no se hunda. Me sentí muy valorado, mamá, tuvieron paciencia conmigo, porque yo llegué sin saber lo que eran los chucos, los palios ni los rulos. Pero ellos insistieron en que no se me olvidara y a mí ya no se me olvida. Aunque estoy satisfecho. Sobre todo, porque sé que ellos tienen la certeza de que a mí el término me incumbe más que su correcta utilización física. Fui pesado para ello, mamá, fui muy pesado diciendo a partir de la tercera semana lo que yo era de verdad. Que había estudiado periodismo y un máster, que había jugado al fútbol y que mi actual oficio era el cine, pero que yo, mamá, yo era escritor. Y así me llamaban: El escritor. Aunque no todos. Hubo uno de mis infinitos jefes que prefirió apodarme El futuro. Decía que yo sería el futuro del cine español y que algún día trabajarían todos en una de mis películas. Él lo hacía así para animarme, para que no decayera si me tiraba cinco horas en una puerta pidiendo silencio incluso a la gente que estaba en sus casas. Pero también había algo de convicción, mamá, también lo creía en parte.

Yo sigo ese camino. Hace años te aseguré que me darían una beca en la Fundación Antonio Gala, que ganaría el Dos Passos con mi primera novela y que más adelante obtendría el premio Planeta. De momento llevo uno de tres y el de en medio, por haberse paralizado, hay que cambiarlo, verbigracia, por otra beca de prestigio, como la Residencia de Estudiantes, de la que me privaron esta primavera en la ronda final, la de las entrevistas, tal vez porque la chica que cogieron era una escritora asombrosa o porque dije, con honestidad, que el ejército de Amenábar me reclamaba para su guerra y que yo era capaz de compaginarlo todo. Tal vez fuera por las dos. Pero de momento, mamá, tengo que seguir creciendo como puedo. Lo bueno de ser escritor es que toda vivencia es aprovechable. Cada vez que yo hago algo, mamá, procuro que sea útil para cualquiera de mis relatos posteriores. Y yo estoy muy orgulloso de mí. Entiendo que decirlo de mí mismo no tiene un gran valor, pero me he dado cuenta de que en esta profesión artística uno necesita de la confianza y del ego desmesurados para no bajar los brazos. Aunque, eso sí, también de un sacrificio humilde y de una férrea constancia. Confía en mí, mamá. Puede que el planeta más grande que consiga tenga el tamaño de una canica, pero a dedicación y a sangre sudada no me gana ni Rocky.

Precisamente, creo que esas son unas de las razones por las que me han propuesto trabajar en una nueva película. Te avisé que lo de irme a Londres serviría para algo, mamá, y ahora me ha ayudado a encajar en este puesto. Mi antigua jefa, la que era jefa de jefes, me ha llamado para preguntarme si quería hacer de traductor para el guionista americano y echar otra mano al departamento de producción. Es un ascenso, mamá. Aunque no lo parezca, lo dice el mismo título de la peli: A pesar de todo. Porque a pesar de todo, a pesar de que conservara mi etiqueta, mi categoría o mi puesto, continúo avanzando en este sendero que, te repito, nunca termina para los escritores. Y yo soy escritor.

No tengo ni idea de cómo me saldrán las cosas, mamá. Yo ahora me reencuentro con viejos amigos, unos compañeros excepcionales con los que compartir la ansiada espera: ver qué dimensión alcanzan las más de cuatrocientas páginas de mi novela recién corregida. Así que estaré bien, no te preocupes. En el fondo te mentí antes. Ni tú ni yo queremos ser ricos. A ti te vale con verme contento y a mí, en realidad, con escribir una buena obra literaria. Dudo que La sastrería de Scaramuzzelli te jubile, pero así tienes más tiempo para leerla cuando ya lo hayas hecho. Lo digo porque si nos caen unos millones estarás de viaje en viaje, mamá, y con esto de la vista cansada no me gustaría pedirte que me leyeras en los aviones. Tú siempre me avisas de que no es bueno leer en movimiento. Espero que esta memoria no te coja regresando de París.

Con cariño,

Guille.

PD: La del pelo azul resultó ser una chica genial. Creo que tú hubieras llevado un peinado parecido si tuvieras veintipico. Nunca es tarde, mamá. Nunca es tarde para nada.